martes, 22 de junio de 2010

Closed eyes. XV

Saque el móvil del mojado bolsillo del pantalón. Lo desarmé y lo limpié con la camisa, quizás funcionara. Lo volví a armar e intenté encenderlo, no iba. Bien, si alguien me llamaba escucharía la voz de una operadora diciendo: El móvil con el que desea contactar está apagado o fuera de cobertura.

De repente se encedió, y volvió a funcionar. Cincuenta llamadas perdidas, en cinco horas. Era alucinante... Abrí mucho los ojos y suspiré de repente agobiada. Diez eran de Suzanne, quince de Karl, ocho de Aaron, cuatro de Adrien, tres de un número desconocido y diez de Thomas.

Thomas, pensé. Me había engañado con esa ... ni siquiera tenía palabras para describirla con exactitud.¿Por qué lo había hecho?¿Por qué me había dicho que le gustaba?¿Era un juego?Maldito corazón, siempre es el que me hace daño.

-¿Familiares de la señora Brown?-preguntó la enfermera de nuevo.
¿Para qué preguntaba?¿Es que tenía memoria de pez?Me había visto toda la noche en la sala de espera y también cuando hablé con los policías. Ya tendría que saberlo, soy fácil de reconocer... O eso decía mi padre.

Me levanté algo irritada y anduve hasta el mostrador. Levanté la mano y me sonrió irónicamente. Menuda payasa, pensé mientras le miraba el lunar de su mejilla.

-El médico que ha operado a su madre desea hablar con usted-comentó mientras señalaba con la cabeza a un hombre que salía por la puerta de un despacho. Me acompañó hasta el lugar y me comentó que aunque acababa de llegar al hospital, el doctor Smith era un experto en medicina.

Me esperé a un hombre mayor, con barba. En eso me equivoqué, la puerta se abrió y entro un hombre de unos veintitantos años de ojos azules. Me saludó y se sentó enfrente de mí.

-Hemos operado a la señora Brown y conseguimos sacarle la bala. Su estado es muy grave, la bala se alojó en la médula espinal y podría quedar parapléjica-comentó algo apenado.

-Perdone un momento-salí corriendo de la habitación y corrí al baño. Tenía ganas de vomitar, pero no sabía por qué.

Me puse de rodillas enfrente del retrete y vomité todo lo que había comido en ocho horas. Estaba llorando como un bebé, con náuseas y una madre que probablemente se quedaría en una silla de ruedas.

Alguien llamó a la puerta. Me quedé callada mientras alguien habría el grifo. Miré las firmas de las puerta y una gota me cayó en la frente. De seguido un chorro de agua me caía encima.

-¿Estás tonto o es que te lo haces?-grité mientras abría la puerta.

-Creo que me lo hago, soy médico con veintitrés años.. Es un milagro-bromeó ante mi mal genio.-¿Está usted bien?-pregunto abandonando su broma.

-¿Cómo crees que estoy?-pregunté histérica.-Mi madre se va a quedar minusválida, mi...vida es un mierda-comenté melancólica. Me sonaron las tripas mientras me lavaba la cara.

-¿Cuánto hace que no has comido algo?-preguntó preocupado.

-Desde las diez-comenté.

-Vamos, -dijo mientras abría la puerta.-Te invito a comer.

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