martes, 18 de mayo de 2010

Closed eyes. III

Terminé mintiendo a mi madre, para que me dejara comer fuera. La excusa, que iba a comer con Karl y Suzane en el Mcdonalds de la vuelta de la esquina. Pero en realidad, había quedado con Nico en el parque Wellington.

Cogí mi bolso, guardé mi móvil en el bolsillo del pantalón y me fui. La calle estaba desierta, quizás por el calor que hacía; o bien porque todo el mundo estaba comiendo en esos momentos. Miré hacia la casa de Thomas, si prestabas atención podías escuchar a Hayley Williams cantando a gritos.

Miré al suelo y respiré hondo. Tenía que olvidarle, tenía que ser feliz y poder estar con el chico que me gusta. Pasé todo el trayecto, pensando en lo injusta que es la vida, le había insunuado más de una vez que me gustaba y nunca las pillaba. Me choqué con un chico en unos de mis sueños de realidad. Se le cayeron los libros al suelo y entonces, parecí reaccionar.
Me agaché y le ayudé a recogerlos.

-Lo siento, no te he visto-contesté avergonzada.

-No pasa nada, por lo menos no me has roto nada-respondió riéndose.-Por cierto, me llamo Nico-dijo tendiéndome la mano.

-Claire-le cogí la mano y me sentí avergonzada. Era él con quien había quedado aquí.-¿Estás esperando a alguien?-pregunté.

-Sí, a ti-contestó. Nos sentamos en un banco cerca del estanque. Mi móvil sonó de repente, lo saqué y miré la llamada perdida de Thomas y de Karl. Lo puse en silencio y lo volví a guardar.

-¿Has comido?-preguntó tras un largo silencio. Negué con la cabeza mientras él miraba a un punto fijo en alguna parte.-¿Qué te parece si te invito a comer?-me encogí de hombros, me daba igual.

Nos fuimos hasta la calle Navona, la de los pintores. Me explicó que él era aficionado a la pintura gracias a su padre. Había crecido con los dedos manchados de verde, amarillo, rojo y el resto de los colores. También hablamos sobre mí, como me había sentido al ver a aquella chica con Thomas. Pero la conversación dio un extraño giro y terminó pidiéndome que posara para él, desnuda.
Me negué en rotundo e intenté irme, pero no me dejó. Me tumbó sobre la cama e intentó quitarme los pantalones. Conseguí escaparme, pero me atrapó de nuevo y me quitó la camisa. Le arañé la cara, los brazos y el pecho. Me besó, y a continuación le di una bofetada que sólo hizo enfadarle más. Me empujó contra la cama y se echó encima de mí.

Saqué como pude el móvil de mi bolsillo. Me besaba el cuello, notando como la cosa empezaba a arder. Pero gracias a eso pude llamar a ... ¿Thomas? Era el último que me había llamado y no iba a perder el tiempo buscando en la agenda. Lo guardé bajo la almohada y le pegué una patada con todas mis fuerzas. Se quitó de inmediato y cogió una cuerda que había encima de un mueble. Corrí hacia la puerta, pero me rodeó el cuello con la cuerda; cada movimiento que intentaba dar era una excusa para probar su fuerza conmigo.

-¡Suéltame!¡Déjame en paz!-grité intentando escapar.

-Mi cielo, has entrado en Navona. Ya nunca saldrás-respondió imperturbable.

Pasaron los minutos, y allí no aparecía mi héroe para salvarme. Y mi fin se acercaba cada vez más, gota a gota mi temor iba creciendo. Me quitó el sujetador y empezó a sobarme. Cada vez estaba más nerviosa y tenía más miedo. Miré hacia el techo, esperando que alguien lo traspasara y así le interrumpiera pero eso nunca ocurrió.
Me aclaré, y reuní la valentía suficiente para coger la lámpara de noche que había en la mesilla y rompérsela en la cabeza. Se desmayó en el mismo instante y escapé de ese inmundo, asqueroso y espantoso barrio.

Me marché llorando a ningún lugar. No podía presentarme así a casa, ¿qué pensaría mi madre? Cuando ya estaba a media hora de distancia, me acordé de que había dejado el móvil olvidado allí; pero no iba a volver, me lo acababan de robar.

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